lunes, abril 21, 2008

Javier se encuentra a Javier en Buenos Aires

No me extrañó mucho encontrar a mi doble en Buenos Aires. Siempre supe que yo ya estaba por allí, paseando por las librerías de viejo porteñas, buscando ese ejemplar único que suelo ver brevemente en mis sueños y nunca consigo obtener pues me despierto. Lo que sí me extrañó es el poco interés que mostró mi yo ante mi presencia. Ese yo parecía ensimismado, como si tuviera un único interés en su existencia, como si su destino fuese esa búsqueda infinita y el presente resbalase a su lado sin inmutarle. Mi yo Español le habló sonriente, abriéndole mis manos como esperando un encuentro de complicidad en el cual fueramos a compartir secretos solo por nosotros vividos, pero mi yo Argentino callaba sus pensamientos y se expresaba quedamente susurrando palabras que solo yo entendía porque era yo quien me hablaba. Se refería continuamente a un libro soñado pero que existía realmente en una de las librerías olvidadas de la ciudad y que solo podía ser encontrado si juntábamos los signos y pistas de nuestros dos sueños. Yo sabía de qué libro hablaba, pero ultimamente casi no recordaba mis sueños ya que al levantarme temprano, rapidamente la realidad cubría con rapidez todo mensaje nocturno de nuestra mente al parecer compartida por ese enigma, pero en ese instante vislumbré ese sueño recurrente con un claridad vívida, sintiendo casi realmente como entraba a hurtadillas en esa vieja librería, en la cual me acercaba en la penumbra a un anaquel polvoriento y en el claroscuro entreveía unos segundos un título impreso en letras doradas medio borradas. Al coger el volúmen se abría una doble página con una enigmática y elaborada ilustración de un animal mitológico que no identifiqué de mi bestiario particular pero sabría dibujarlo de memoria. Volví a la realidad mirándome de frente como en un espejo sin reflejos. Quizás mi doble solo quisiese esa información y luego se alejaría de mí, pero yo quería expresarle mi alegría de tener una familia, una vida feliz y buenos amigos a los cuales podía sumarse y me arriesgué al contarle ese fugaz sueño común. Su cara cambió y se tornó avida y penetrante, como posesiva, y yo, tal vez tuve miedo de repente y me alejé un paso atrás trastrabillando, balbuceando una cita a la que nunca pensé acudir. Y si mientras dormía a su lado para reunir el rompecabezas compartido me asesinaba y usurpaba mi persona, mi esposa jamás notaría el cambio. A la vez, qué sacaba yo de aquello, ni el libro me interesaba tanto como a mi otro yo, ni esa repetición de mí me parecía de fiar. Pero me agarró de un brazo y se dirigió sin concesiones a un parque cercano. Nos sentamos en un banco de la Plaza Cortázar y apoyamos espalda con espalda cerrándo los ojos. Mi cabeza tocaba su cabeza, quien nos viera sentiría una duda y se restregaría los ojos para aclararlos. Pasados unos minutos me levanté con cuidado de no despertarlo y huí sin mirar atrás. Mi otro yo solo era un reflejo de parte de mis deseos, o solo fue soñado en una esquina de la calle Jorge Luis Borges en la cual esperaba a Lucía. Pero si vuelvo a esa esquina iré preparado pues quedaron muchas cosas en el tintero.

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